Ian Gibson (1), nació en 1939. Ese mismo año terminaba la guerra civil española que duró casi tres años. Cinco meses después estallaba otra guerra en Europa que se extendería al resto del mundo. Hace cincuenta años Gibson llegó por primera vez a Granada.
Ahora acaba de presentar un libro pensado para lectores de lengua española y lo hace en la Librería Rafael Alberti de Madrid, donde ya estuvimos con otro autor, Marcos Ana, que fuera el preso político que más años vivió encarcelado. Ambos tienen en común su amor por la poesía y por la libertad.
A lo largo de nueve paseos nos lleva este “dublinés de Lavapiés” por lugares y épocas donde la figura de García Lorca aparece en obras, cartas y recuerdos de quienes le conocieron a él o a sus obras.
“Soy protestante, nacido en Dublín -nos dice- y amo los índices. Por eso he dedicado tanto espacio para que cada nombre, cada lugar, cada imagen poética, sea fácilmente localizable. En analogía con James Joyce, y sus 24 horas con todos sus recorridos, he ido escribiendo este recorrido por la vida de Federico ”.
Ian Gibson animiza todo. Las piedras, las calles, las fosas, los árboles cobran vida y hablan por boca de Lorca. Revivimos su vida y la de quienes eran sus amigos en vida y más allá de ella.
El libro que presenta se titula “Poeta en Granada Paseos con Federico García Lorca”. Lo que nos dice o nos lee es el contenido de éste artículo que Generación Abierta publica.
Ángel Ganivet se suicidó a los treinta y tres años tirándose a las frías aguas del Duina, cerca de Riga hoy capital de Letonia en 18908, meses después del nacimiento de Federico, quien en 1935 declaró que el autor de “Granada la bella” fue el más ilustre granadino del siglo XIX. En ese librito Ganivet escribe en la primera página
“Mi Granada no es la de hoy, es la que pudiera y debiera ser, la que ignoro si algún día será”.
Paseo Uno. “Alhambra, jardín de pena donde la luna reposa”.
Por la cuesta de Gomérez -escribe Gibson- subían sin duda las muchachas de la copla popular incorporada por Lorca a Doña Rosita la soltera:
Granada, calle de Elvira,
donde viven las manolas,
las que se van a la Alhambra,
las tres y las cuatro solas.
Alguien ha sugerido que el “Romance sonámbulo” que tanto fascinaba a Dalí, tal vez debía su inspiración, o parte de ella, al asombro que produce traspasar en primavera, la maciza Puerta de las Granadas y encontrarse de repente en el bosque de la Alhambra engalanado con hojas nuevas:
Verde que te quiero verde.
Verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña…
Bosque encantado de la Alhambra del que Teophile Gauthier (muy apreciado por Lorca) dice en su Voyage en Espagne:
El ruido del agua que murmura se mezcla con el ronco zumbido de cien mil cigarras o grillos cuya música no se silencia nunca y que forzosamente te recuerda, a pesar de la frescura del sitio, las ideas meridionales y tórridas. El agua brota por todas partes, bajo los viejos troncos de los árboles, a través de las rendijas de los viejos muros. Cuanto más calor hace más abundantes son los manantiales, pues es la nieve lo que los alimenta. Esta mezcla de agua, de nieve y de fuego, hace de Granada un clima sin comparación en el mundo, un verdadero paraíso terrenal.
Y aparece la música de las fuentes de la Alhambra de la mano de Debussy, a quien Manuel de Falla trató en París. Falla, gran amigo de Lorca, comentará “la fotografía del célebre monumento de la Alhambra, adornada con relieves en color y sombreada por grandes árboles en que el monumento contrasta con un camino inundado de luz, del que vemos la perspectiva a través del arco del edificio” la envié a Debussy, quien se sorprendió de la intensidad de estas oposiciones de luz y de sombra, declarando “Yo haré algo con esto”. Así compuso Soirée dans Grenade más próxima al universo andaluz de García Lorca que de todos los clichés del folklore: sólo la Fantasía Bética de Manuel de Falla proseguirá por esta vía. Lorca gustaba tocar al piano las obras de Debussy. En 1922 Falla en una conferencia sobre Cante Jondo dice: “A mi juicio tanto en La Puerta del Vino como en La soirée dans Grenade están acusados todos los temas emocionales de la noche granadina, la lejanía azul de La Vega, la Sierra saludando al tembloroso Mediterráneo, las enormes púas de niebla clavadas en las lontananzas, el rubato admirable de la ciudad y los alucinantes juegos del agua subterránea.”
Del mismo modo Federico García Lorca dedicó en su Epitafio a Isaac Albéniz una evocación a la Granada “acuática”
Desde la sal de Cádiz a Granada,
que erige en agua su perpetuo muro,
un caballo andaluz de acento duro
tu sombra gime por la luz dorada…
No es necesario gran esfuerzo para sentir la maravillosa música “Noches en los jardines de España” que inspirada por la Alhambra y el Generalife compusiera Manuel de Falla y la interpretara al piano en 1916 en el palacio de Carlos V, donde seguramente estuviera entre el público Federico García Lorca.
Y el mismo paseo por esos jardines nos lleva en junio de 1919 al momento en que Federico lee algunos versos suyos ante Gregorio Martínez Sierra y su novia la actriz Catalina Bárcena, entre otros uno de los que contaba la aventura de una mariposa que, rotas sus alas, cae en una pradera habitada por cucarachas, una de las cuales se enamora de ella. Al final del poema, la mariposa recupera su vuelo, y dejando desesperado a su enamorado se aleja para siempre. La actriz, llorando, propuso a Lorca que convirtiera el poema en pequeña obra dramática. Así nació y se estrenó el 22 de marzo de 1920 “El maleficio de la mariposa” en el teatro Eslava de Madrid.
Paseo Dos. Deambulando por la Colina Roja.
En este segundo paseo empiezan a aparecer los recuerdos de la represión fascista a comienzos de la Guerra Civil 1936-1939. Maravillas, la hermana del Vicecónsul británico en Granada William Davemhill, en 1966 contó a Ian Gibson: “Los camiones de la muerte cargados de víctimas, llegaban cada madrugada por la cuesta de Gomérez y después de subir jadeantes por el bosque de la Alhambra, pasaban por delante del Viceconsulado hacia el cementerio. En cada camión había veinte o treinta hombres y mujeres amontonados unos sobre otros, atados como cerdos para el mercado. Diez minutos después oímos disparar en el cementerio como cada madrugada y supimos que una vez más todo había terminado. Y así durante meses y meses”.
Y pasaremos por la callecita Antequeruela Alta al final de la cual estaba el Carmen de Ave María, donde se estableció Falla con su hermana María del Carmen en 1921 hasta que en 1939 se fue a Argentina en donde murió en noviembre de 1946. Desde esa vivienda bajó Falla al Gobierno Civil para tratar de salvar al poeta. Nunca quiso hablar de lo que vio y oyó en aquellos pasillos infernales -cuenta Ian Gibson- ni del responsable a su juicio del asesinato de Lorca. Lo único que sabemos es que le dijeron que su amigo estaba ya muerto.
Pasando por el hotel Washington Irving (autor en 1832 de Cuentos de la Alhambra) si continuamos subiendo llegamos al Cementerio de San José. Junto a la entrada, frente a la tapia de la izquierda de efectuaban la mayoría de las ejecuciones. Hasta 1996 no hubo homenaje oficial a los asesinados. En los años siguientes, el Partido Popular, -continúa Gibson- obstaculizó una y otra vez la colocación de una placa. Hoy, gracias a una decisión tajante del Tribunal Supremo de Andalucía se puede leer: LUGAR DE MEMORIA HISTÓRICA DE GRANADA. A las víctimas del franquismo asesinadas en esta tapia por defender la legalidad democrática.
Paseo Tres. Por el corazón de Granada.
Caminando en el tiempo y en el espacio Ian Gibson nos lleva por los sitios de la ciudad que frecuentó Lorca y que sirvieron de escenario en sus obras. Igual en “Mariana Pineda” donde uno de los conspiradores relata que por la intensa lluvia “el Darro viene lleno de agua turbia”, como en un poema de 1921 titulado “La muerte del Darro” (o Dauro como Angel Ganivet prefería llamar a ese río que naciendo en la Sierra de Huétar fue soterrado en el siglo XIX hasta su unión con el río Genil) “privando a la ciudad (como Ángel Ganivet escribe en Granada la Bella) del don precioso de tener un río a mano, que rompa la monotonía de la ciudad como hace el Sena en París o el Támesis en Londres”.
En el recorrido sobre el rio Dauro embovedado, pasamos por encima de la zona en que Lorca defendió el proyecto de levantar un morabito árabe en honor de Abentofail y otras lumbreras de la cultura islámica granadina, que contuviera una biblioteca de cosas árabes de Granada y en el interior decorado por temas orientales se invitara a sabios moros de todo el Oriente. Pero el morabito nunca se construyó.
Siguiendo por la Carrera de la Virgen encontramos la calle de Puente de Castañeda, donde hasta poco después de la guerra emergía el río al aire libre. Al final de la calle vivía un cuñado de García Lorca, el doctor Manuel Fernández Montesinos. Cuando estalló la sublevación en julio de 1936 Fernández Montesinos llevaba ocho días como alcalde socialista de Granada. Fue fusilado por los fascistas la mañana del 16 de agosto siguiente, el mismo día de la detención del poeta.
A esta altura del paseo recuerdo los versos “ lo de más era muerte y sólo muerte “.
Pero asociada a la muerte va la vida plasmada en aquellos lugares donde el 29 de mayo de 1929, poco antes de que el poeta embarcara hacia Nueva York, la actriz catalana Margarita Xirgú representara en el Teatro Cervantes -demolido en 1966- Mariana Pineda.
¡Oh! Qué día tan triste en Granada
que a las piedras hacía llorar
al ver que Marianita se muere
en cadalso por no declarar.
Marianita, sentada en su cuarto,
no paraba de considerar:
Si Pedrosa me viera bordando
la bandera de la libertad.
Paseo Cuatro. Estudiante empieza con E.
Nuevamente Ian Gibson nos lleva desde Puerta Real por aquellas calles que tuvieron que ver con toda la etapa de estudiante de Federico, desde la Librería Enrique Prieto en que Lorca tenía cuenta y la Editorial Paulina Ventura en que Ganivet publicara su Idearium Español en 1897, y de Washington Irving se hiciera la primer edición castellana de Los cuentos de la Alhambra.
Fueron las calles que Lorca caminaba para ir desde su casa a la escuela, al Instituto y luego a la Universidad, bordeando la fachada principal de la Catedral, que no le gustaba nada. Su padre, Francisco García Rodríguez quiso que sus dos hijos varones fuesen al Colegio del Sagrado Corazón (de orientación laica pese a su nombre). Avanzando por la Calle de San Jerónimo, se llega a la plaza de la Universidad donde Federico estudió Derecho y Filosofía y Letras.
A lo largo del paseo renace la aversión de Lorca a la Granada construida a finales del siglo XIX con los pingües beneficios generados por el nuevo y muy lucrativo cultivo de la remolacha de azúcar en La Vega, construyendo la Gran Vía de Colón (también conocida por la Gran Vía del Azúcar), y conllevando la pérdida del barrio morisco y renacentista de la catedral, y que en su opinión había contribuido a deformar el carácter de los actuales granadinos
Pasar por la Catedral obliga a Ian Gibson a recordar que si bien Lorca no tenía a Fernando e Isabel como santos de su devoción (la inscripción sobre sus tumbas empieza “Represores de la secta mahometana y extinguidores de la perversa herejía” por su hija sentía una honda compasión como plasma en su Elegía a Doña Juana la Loca (diciembre de 1918):
Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente
Ni el laud juglaresco que solloza lejano
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
Y un eco de trompeta su acento enamorado.
Y sin embargo, estabas para el amor formada
Hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo.
Para llorar tristeza sobre el pecho querido
Deshojando una rosa de olor entre los labios.
Paseo Cinco. “El dolor o la muerte me cercan la casita” (de El maleficio de la mariposa)
En la Huerta de San Vicente pasó Federico García Lorca veranos enteros a partir de 1925, rodeado de su familia, de sus padres, de sus hermanos, primos, tíos y sobrinos. Allí escribiría parte del Romancero Gitano, El Público, Así que pasen cinco años, Bodas de Sangre, Yerma y Doña Rosita la Soltera. Pero también para Federico la Huerta de San Vicente resultaría ser la antesala de la muerte.
Si muero,
dejad el balcón abierto
El niño come naranjas
(Desde mi balcón lo veo)
El segador siega el trigo
(Desde mi balcón lo siento)
¡Si muero
dejad el balcón abierto!
escribe en su poema Despedida de CANCIONES.
Paseo Seis. La ciudad de los Cármenes.
Poco se había progresado desde 1568 hasta 1936 comprobamos si subimos hacia el Albaicín por la Carrera del Darro. En el siglo XVI una sublevación de los moriscos cuando Felipe II, contrariando las Capitulaciones firmadas por Isabel y Fernando 76 años antes, prohibió el uso del árabe y de sus traje y costumbres tradicionales. Los Reyes Católicos habían dado su palabra a los musulmanes en la Capitulaciones, para que pudiesen continuar practicando su religión sin trabas. Pero en 1502 comenzó la primer muestra de intolerancia según se ve en los relieves que están a la derecha del altar mayor de la Capilla Real: escenas (hombres en el primer panel, mujeres en el segundo) aparentemente pacíficas, tranquilas, mostrando el bautismo forzoso de los musulmanes granadinos. Y sesenta y seis años después Felipe II respondió con violenta represión a los que sólo querían seguir usando sus trajes, su lengua original y sus costumbres.
Igual violencia en 1936 se desató sobre los republicanos que sin apenas armas resistieron durante tres días a soldados falangistas y artillería insurgente que abrió fuego sobre ellos desde el Cubo de la Alhambra y desde la carretera de Guadix mientras aviones de la base militar de Armilla bombardearon en brutal represión.
Por doquier en el Albaicín (o Albaycin) Lorca percibe “una angustia infinita, una maldición oriental que ha caído sobre esas calles” expulsando a los musulmanes y reprimiendo su cultura.
Paseo Siete. San Miguel, patrón gay de Granada.
Ian Gibson inicia este paseo con los versículos 7-9 del Apocalipsis
Se trabó una batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles
declararon la guerra al dragón. Lucharon el dragón y sus
ángeles, pero no vencieron; y no quedó lugar para ellos
en el cielo. Y al gran dragón, a la serpiente primordial que
se llama diablo y Satanás, y extravía la tierra entera
lo precipitaron a la tierra, y a sus ángeles con él.
Cita luego una copla popular
Dos cosas tiene Granada
que le envidia el universo:
la Virgen de la Carrera
y San Miguel en el Cerro.
Y es que en el Cerro San Miguel Alto, o Cerro del Aceituno, se encuentra un templo que alberga una imagen del arcángel al que Lorca dedicó el poema El Romancero Gitano que transcribo
San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos
ceñidos por los faroles.
Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
Efebo de tres mil noches,
fragante agua de colonia
y lejano de las flores.
San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.
San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primer berberisco
de gritos y miradores.
La talla del arcángel, labrada en 1675, es obra de Bernardo Francisco de Mora. El 28 de septiembre de 1926 un anónimo redactor de El Defensor de Granada decía: “Es digno de notarse el que en su cara, teniendo el summun de belleza no pueda decirse con precisión que lo sea de hombre ni de mujer”.
Este romance Ian Gibson lo encuentra fascinante y hace hincapié en lo difícil que es penetrar en el santuario, que solo se abre el día de San Miguel y en Navidad. Analiza reacciones de Dalí y de Buñuel (los más íntimos amigos de Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid). Dalí consideraba que La casada infiel es el peor poema del romancero. Buñuel en carta dirigida al pintor José Bello el 14 de septiembre de 1928 escribe: “es una poesía que participa de lo fino y aproximadamente moderno que debe tener cualquier poesía de hoy para que guste a los Andremios, a los baezas y a los poetas maricones y cernudos de Sevilla”.
En su libro de memorias Mi último suspiro, Luis Buñuel cuenta que cuando escuchó entre los estudiantes a alguien que calificaba a Lorca de “maricón”, fue muy dolido a Federico y le dijo “mira lo que dicen de ti. Si le veo le rompo la cara”. A lo cual Lorca reaccionó levantándose y marchándose. No pasó mucho tiempo sin que ambos volvieron a ser los íntimos amigos que se querían y respetaban más allá de intolerancias que a veces esconden comportamientos propios no reconocidos.
Si Ian Gibson justifica el largo comentario dedicado al poema en la dificultad de penetrar en el santuario, añadiendo que en el exterior del templo, no hay alusión alguna al famoso romance lorquiano: ni una placa ni una cita. Y recoge la siguiente opinión de un granadino muy amigo suyo: “a los curas no les gusta nada el poema por su contenido homosexual”.
Permítaseme decir que teniendo en cuenta que entre la compasión, la ofensa, el desprecio o el humor, prefiero este último y por eso acepto el término “gay” (alegre) al igual que hablar de mujeres de vida “alegre” es la forma de citar a mujeres que si algo no tiene su vida es ser alegre.
Dice José Surroca (uno de los profesores que Federico tuvo en la Universidad) que cada 29 de septiembre era costumbre una muy popular romería que se montaba a lo largo de toda la subida que llevaba a la iglesia de San Miguel Alto y añade que la juventud granadina enamorada tiene por costumbre los regalos de “un girasol y ramas de erizos verdes”(castañas). García Lorca en su poema describe así al arcángel en su Romancero gitano:
Según una versión popular, a Lorca lo enterraron en el Cerro del Aceituno. En 1966 -continúa diciendo Ian Gibson- el hispanista Sanford Shepard y su mujer Helen encontraron un papel en el jardín de su Carmen donde se habían escrito los siguientes versos con una referencia a la protagonista del “Romance de la pena negra, Soledad Montoya:
Calle Real de la Cartuja
y la Cuesta de Alhacaba,
Plaza Larga y Albaicín,
a hombros de seis gitanas.
Por siete cuestas arriba
al filo de la mañana,
va Federico García
a hombros de seis gitanas.
Al Cerro del Aceituno
se lo llevan a enterrar,
sólo gitanos delante,
sólo gitanos detrás,
y sólo suena en el aire
un cante, la soleá.
Soleá con las soleá
escarcha en aquella aurora
moja tus huesos llorando
Soleá, Soleá Montoya.
Y -concluye Gibson- le habría gustado que al poeta le diesen sepelio los gitanos, en el Cerro del Aceituno, cerca del arcángel. Pero por desgracia no fue así.
Paseo Ocho. Por los pueblos del poeta. La Vega de Granada… y Moclin.
Siguiendo por la Vega del Genil pasamos por Santa Fe, que fuera campamento de los Reyes Católicos donde a finales de 1491 se firmaron de las capitulaciones de Granada con el emisario del rey Boabdil, muy favorables a los musulmanes, que luego conculcaron de modo vergonzoso los cristianos. Luego de cruzar el río Genil, llegamos a Fuente Vaqueros, donde se encuentra la casa natal de Lorca. Federico García Rodríguez se había casado en primeras nupcias, en 1880, con Matilde Palacios Ríos. El padre de ella, Manuel Palacios Caballero, concejal del pueblo y rico terrateniente, vio con buenos ojos el enlace y levantó para la pareja la espaciosa casa. ¡Pobre Matilde! Aunque todo parecía favorecer a los recién casados, el descubrimiento de que no podía tener hijos empañó su felicidad. El 4 de octubre de 1894 murió de obstrucción intestinal. La casa pasó al viudo que casó con Vicenta Lorca Romero, maestra. Parece probable que la historia de Matilde Palacios tuviese algo que ver con Yerma, tragedia de la mujer de campo que no puede tener hijos.
Hacia 1907 la familia de Federico se mudó al cercano pueblo de Asquerosa (hoy, Valderrubio) a la calle Ancha, justo enfrente de la que fue casa de Frasquita Alba Sierra, prototipo de la Bernarda Alba Lorquiana. En La casa de Bernarda Alba hay detalles auténticos procedentes de la vida de Asquerosa y apenas disfrazados. Frasquita Alba nació en 1858, se casó con José Jiménez López y dio a luz a un hijo y a dos hijas. Al morirse su marido se casó otra vez , en 1893, con Alejandro Rodríguez Capilla, con quien tuvo tres hijas y un hijo. Lorca da el nombre de Antonio María Benavides al recién difunto marido de Bernarda y pone en boca de la criada la acusación de que le solía levantar las enaguas detrás de la puerta del corral. La obra refleja otros aspectos del pueblo. La Poncia, por ejemplo, existió realmente aunque no servía en la casa de Frasquita Alba. En la persona de la protagonista de la obra, Lorca expresó el espíritu caciquil que imperaba entre muchos de los terratenientes de esta comarca.
En Doña Rosita la soltera Lorca ha recogido algunas frases de la gente de Asquerosa: “una mujer que es la flor de la manteca”, “Nos encontramos el rejalgar por los rincones”, ”se le han engaribitado las piernas”, ”¿Y no hay gávilos para hacerlo polvo”.
Moclín es el pueblo cuya romería –la famosa “romería de los cornudos”- inspiró en parte Yerma. El pueblo está construido sobre un escarpado cerro, con su castillo y sus murallas. El castillo fue capturado en 1486 por los Reyes Católicos y allí pasaron largas temporadas con su corte hasta la toma de Granada. Para testimoniar su afecto hacia Moclín, donaron un lienzo del Cristo de la Caída, de tamaño natural y con la cruz al hombro, que había servido de estandarte durante la campaña. Durante el siglo XVI empezó el culto popular al lienzo a consecuencia de una curación milagrosa efectuada en la persona de un sacristán que padecía cataratas, mal que entonces se conocía como la “enfermedad del paño”. A finales del siglo XVII fue reconocido su culto por el arzobispo de Granada, fijándose para el 5 de octubre una fiesta anual en honor suyo. Poco a poco se convirtió en célebre romería, y aunque no se sabe por qué, al lienzo se le iba atribuyendo especial eficacia en materia de trastornos sexuales y matrimoniales y más específicamente en casos de infecundidad femenina.
Paseo Nueve. Ruta de la pasión y muerte de Federico García Lorca.
Después de ser encarcelado en el Gobierno Civil, el poeta fue llevado en coche hacia Víznar, en cuyo palacio aún se conserva la placa que dice: “En este Palacio de Víznar se estableció el cuartel de la primera Falange Española de Granda el 29 de julio de 1936. Dentro de sus muros creció hasta constituir la Primera Bandera y luego Primer Tercio de Falange Española Tradicionalista de Granada que en duros combates mantuvo la seguridad de nuestra capital contra el ímpetu marxista”. Casi todos los días y noches, durante meses y meses, llegaban coches con su tanda de presos provenientes del Gobierno Civil. Eran los desaparecidos, los muertos no oficiales de quienes las nuevas “autoridades” decían no tener noticias.
En el camino a Alfacar se encuentra un viejo caserón apodado “La Colonia” que había servido como albergue veraniego para grupo de niños granadinos. En julio de 1936 dejó de ser espacio de esparcimiento infantil para trocarse en antesala de la muerte. Sigue relatando Gibson que los rebeldes trajeron desde Granada a un grupo de masones y otros “indeseables”, entre ellos varios catedráticos de la Universidad para que trabajasen como enterradores.
Lorca pasó sus últimas horas en La Colonia. ¿Se dio cuenta aquella madrugada de que lo iban a matar casi al lado de un manantial cantado siglos atrás por los poetas árabes de su tierra?
(1) Ian Gibson es un hispanista mundialmente reconocido y, desde 1984, ciudadano español. Entre sus libros más destacados figuran La represión nacionalista de Granada de 1936 y la muerte de Federico García Lorca (1971) –prohibido inmediatamente por el régimen franquista y ganador del Premio Internacional de la Prensa (Niza, 1972)-, la magna biografía Federico García Lorca (1985-1987, reeditado en un solo volumen en 2011), La vida desaforada de Salvador Dalí (1998), El erotómano: La vida secreta de Henry Spencer Ashbee (Ediciones B, 2003), Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado (2006), Lorca y el mundo gay (2007), la novela La berlina de Prim (2012) y Luis Buñuel. La forja de un cineasta universal, 1900 – 1938 (2013). Vive actualmente entre Málaga y Madrid.